El origen de Sleipnir (3º parte)

viernes, 5 de octubre de 2007

Loki había roto desde hacía tiempo el tabú de las lágrimas, y para sus adentros se juraba que sería la primera vez y la última. Constantemente le decía a Sigyn: “nadie me quiere” o, si se encontraba particularmente deprimido, “me voy a morir”.

- Me voy a morir, Sigyn - le dijo a si esposa una vez, cuando ella regresaba de cazar - Ya lo sé. No va a ser de otra manera -. Y ella se golpeó la frente.
- No vas a morirte - le rezongó -. Nadie se va a morir aquí. A menos que insistas en no hacer lo que tienes que hacer.
- ¿Eso? - gritó Loki, enjugándose una repentina gota de sudor -. No. Jamás. No quiero ser una yegua... y de ninguna manera quiero ser...
- ¿De qué otra forma podremos enterarnos...? - suspiró Sigyn. Su marido la miró fijamente.
- Oh, está bien - refunfuñó, y cerró los ojos, concentrándose unos momentos. Después los volvió a abrir -. ¿Qué sucedió?
- Nada, nada - respondió ella.
- ¿No me veo diferente?
- Oh, claro que no.
- Pero me siento muy raro - Loki se rascó la cabeza -. Y quiero... si no te molesta... ¿Cómo...?
- En cuclillas - respondió suavemente Sigyn -. Hazlo en cuclillas.
- Gracias - Loki fue hasta el exterior y su mujer pensó que tal vez necesitaba estar a solas. Se equivocó. Los gritos de su marido le llegaron algunos segundos después.
- ¡Mi túnica! ¡Mi hermosa túnica!

Loki se dio cuenta de que algo realmente malo estaba sucediendo el día que, al despertarse, encontró su temporal entrepierna completamente mojada. Intentó moverse, pero de repente una punzada a mitad del cuerpo lo paró en seco. Se estremeció. Con dos dedos, despertó a Sigyn.

- Querida - le dijo -, ¿qué es lo que me está pasando? Me duele el est...

Sigyn se revolvió, sonrió aún en sueños y posó una cariñosa mano en el muslo de su marido. Al encontrarse con la humedad, abrió los ojos por completo y gritó. Loki se asustó tanto, que gritó a su vez.

- ¡Transfórmate, transfórmate! - dijo Sygin, y salió de la recámara hecha un relámpago.
- ¡No quiero! - gimió él -. ¡Tengo miedo! ¡No me dejes!

Sigyn ya no estaba ahí. Loki se arrodilló, y comenzó a prepararse para el cambio de apariencia. No lo consiguió. El dolor, algo totalmente diferente a lo que jamás hubiera experimentado, lo privaba de cualquer clase de concentración.

Sigyn volvió con una cubeta llena de agua y algunos trapos.

- ¿Qué haces? - dijo -. ¿Por qué no te has transformado?
- No puedo - jadeó él.

Sigyn se puso pálida.

- Bueno, ponte a gatas - ordenó -. Y tranquilízate, ¿quieres?
- ¿A gatas? - murmuró Loki. Pero a partir de ese momento y durante los siguientes quince minutos no hizo más que lo que su esposa le decía. Hizo una pila con las almohadas, apoyó la cabeza en ellas y se dedicó a morderlas a conciencia. Unas semanas antes, Sigyn lo había prevenido: “Te va a doler. Te va a doler mucho. Vas a sentir como si te estuvieran abriendo en canal. No tengas miedo de gritar. Hazlo. Todo lo que quieras”. Y él, aunque el dolor físico era algo que verdaderamente le causaba pavor, se había prometido para sus adentros: “No voy a gritar. Cuando llegue el momento, voy a apretar cualquier cosa entre los dientes. Pero no voy a gritar”.

Claro que se dio cuenta de que su mujer no había exagerado en su descripción de sentir el cuerpo partiéndose en dos. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y las almohadas cayeron de su boca abierta. Gritó hasta quedarse sin voz.

Apenas alcanzó a oír a Sigyn cuando dijo:

- Voy a sacarlo. Aguanta.
- ¿Qué tengo que aguan...? - cortó la frase otro grito.
- ¡Dos pares de cascos! ¡Qué maravilla! - exclamó ella, con voz temblorosa -. Voy a tirar. Puja.

El que alguien le hubiera estado sacando las entrañas hubiera tenido un efecto similar. Su último grito le sonó lejano, casi irreal, como si hubiera salido de los labios de otra persona. La voz de su esposa se abrió paso tras de la última oleada de dolor, que se desvanecía poco a poco.

- Ya está... ya está... es hombre...

Loki dejó de morder las almohadas. Aún en la posición que había mantenido hasta que se le acalambraron las piernas, bajó lentamente la cabeza e intentó mirar hacia atrás. La escena que vio, invertida, fue la de su estómago colgando como un saco, y bajo él un extraño ser parecido a una araña de largo pescuezo, que, envuelto en una membrana blancuzca, se retorcía en el charco de líquido sanguinoliento en el que ahora se había convertido la cama. La criatura, a la que Sigyn intentaba limpiar, estaba unida a su cuerpo por una tripa rosada por la cual se deslizaba una solitaria gota de sangre.

El ruido que hizo al caer fue semejante al que hace un muro viejo al derrumbarse sobre una laguna enfangada.

- Míralo - le dijo -. Es precioso.

Loki dirigió a su esposa una debilitada sonrisa, llena de gratitud. Se encontraba ahora en una cama de paja, con ropas limpias, que Sigyn le había preparado unos instantes atrás. Levantó una mano hacia su hijo. El potrillo negro comenzó a mamar el dedo índice.

-Tiene hambre - sonrió Sigyn -. Mejor transfórmate.

Loki asintió, bostezando.

Tras año y medio de ausencia, que para el resto de los dioses habían pasado como un suspiro, Loki y Sigyn regresaron a Asgard. Entraron a la ciudad, en compañía de un hermoso potrillo de ocho patas, por un boquete en la muralla en el cual habían crecido el musgo y algunas plantas florales. Loki se presentó ante Odín y le ofreció a Sleipnir, el caballo de ocho patas.

- Nunca te fallará - le dijo -. Te llevará desde el cielo al infierno en un abrir y cerrar de ojos -. Posó la mano sobre la suave mejilla del caballo, y el animal le respondió con una serena mirada de reconocimiento.

Odín apreció la belleza y el porte del extraordinario animal. Thor se acercó a curiosear. Tras unos minutos de rascarse la cabeza, comentó:

- ¿Sleipnir? Bonito nombre. Y su cara me parece algo conocida... ¿dónde lo habré visto antes? ¿No será que se parece a tí? - y lanzó una sonora carcajada.

Sigyn se revolvió, algo incómoda, pero Loki la tomó del brazo, y echó los ojos al cielo, como si se preparara a aclarar un error por enésima vez

- Oh, vamos, el único que tiene cara de caballo aquí eres tú, viejo amigo, y es una suerte que no podamos decir lo mismo de los hijos de Sif. ¿No crees, querida? - y mientras Thor se quedaba pensando en lo que acababa de oír, le palmeó la grupa a su hijo a manera de despedida y se dirigió a su casa con Sigyn.

Ella estaba un tanto contrariada.

- ¿Por qué tenías que dárselo a Odín? - le preguntó -. Pudiste habértelo quedado.

Loki se encogió de hombros.

- Tener un hijo como Fenrir ya es bastante difícil, verás - dijo -. No me gustaría que alguno de los otros chicos se quedara sin trabajo.

Ella suspiró, melancólica.

- Es tan hermoso e inteligente... como.
- ... su madre - dijo él.
- ... su madre - había completado ella, al mismo tiempo, sus ojos dulces clavados en los de él.

Loki posó sus labios en la frente de Sigyn. Rodeó la cintura de ella con un brazo, y emprendieron juntos el regreso a casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Adoro esta historia *^*

Delphi dijo...

que histopria tan cuirosa que nola conocia