El origen de Sleipnir (2º parte)

viernes, 5 de octubre de 2007

Un día, tras levantarse de la mesa después de desayunar, Loki se tambaleó y tuvo que sostenerse del borde de la silla. Fijó en su preocupada esposa una mirada de angustia, y apretó las manos hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

- Querida - murmuró, la voz temblorosa y como a punto de ahogar un sollozo, algo que nunca le había ocurrido antes -. Querida... voy a tener un hijo...

Sigyn, del horror, dejó caer al piso una charola de comida.

- ¡Regresaste con Angrbroda! - exclamó.
- No - respondió Loki, lleno de cansancio -. No es eso... creo... creo que estoy embarazado.

Por muy horrible que le pareciera, Sigyn se sentó a escuchar sin una sola interrupción, el relato de su esposo de aquella penosa noche.

- No supe a qué hora ocurrió - concluyó Loki -. Créeme, no lo supe. Sólo pensaba que tenía que distraer a ese maldito animal, que tenía que hacerlo, de cualquier forma. Sigyn...

- Oh, amor...- ella miró sus manos y comenzó a frotárselas con nerviosismo.

Loki dejó caer la cabeza sobre las rodillas. Sigyn se movió junto a él. Era la primera vez que lo veía así, y no sabía cómo actuar. Las palabras le salieron solas.

- No te preocupes - dijo -. Ya pensaremos en algo.

Se distrajo un poco, pensando en qué parte del cuerpo de su esposo podría estar guardado el accidental retoño, y un estremecimiento le recorrió la espina dorsal al pensar cómo, en un momento dado, ese retoño encontraría una forma de salida. Automáticamente, rodeó los hombros de Loki con un brazo. La reacción fue sorprendente, tratándose de él... de pronto se incorporó y se aferró a ella con fuerza. Sigyn lo sintió temblar.

- Vamos a ver a Odín - sugirió -. Él nos dirá qué hacer.
- ¿Decírselo a Odín? ¡Oh, no!
- Bueno, entonces a Sif. Se supone que ella es la diosa de la fertilidad. ¿No podría invertir un poco sus poderes, y tal vez...?

Loki se echó hacia atrás sus largos cabellos, y movió bruscamente la cabeza.

- No, no, no - dijo -. Lo primero que haría Sif es írselo a contar a Thor. ¿Y sabes que haría Thor si llega a enterarse?

Sigyn suspiró.

- Sí - contestó -. Te preguntaría si te gustó, si quisieras repetirlo y le diría a todos los demás que dijiste que sí.
- Eso mismo - respondió Loki. Después se quedó callado -. Me pregunto qué dirán mis hijos.

Sigyn meditó largamente, al modo que solía hacerlo su marido. Después levantó el rostro. Sonreía.

- Yo te voy a ayudar - dijo en voz baja -. Vas a tener al bebé.

Su esposo la miró como si acabara de despertarse. Ella dejó de sonreír, poco a poco.

- Bueno, si quieres - dijo, y se fue a su habitación. Apagó su lámpara de aceite, y, aunque no tenía el más minimo sueño, cerró los ojos. Loki llegó tras ella después de algunos minutos, y aquella noche, como si se tratara de dos buenos compañeros en el campo de batalla, durmieron espalda contra espalda.

Loki estaba extrañamente silencioso al ayudarle a Sigyn a empacar para el viaje.Era demasiado temprano para que alguno de los otros dioses se diera cuenta. Odín estaba sumido en la lectura de un libro recién adquirido, y Thor roncaba sonoramente mientras su esposa Sif se desenredaba el pelo. ¿Sus hijos? Fuera para despedirse o no, sería un milagro averiguar en dónde se metían. Así que Loki y Sigyn partieron solos. Ella no dejaba de preguntarle si se sentía bien, si tenía hambre o si quería que se detuvieran para descansar. Loki trataba de reírse un poco con todo ello, y pensaba que ella estaba exagerando. Cuando Sigyn había estado embarazada de Vali o de Narvi, él se sentía el dios más feliz. Tan feliz se sentía, que pasaba la mayor parte del día rondando por ahí, burlándose más de la cuenta de las pretensiones intelectuales de Odín, de la ingenuidad de Balder o de la franca estupidez de Thor, y cuando regresaba a casa daba dos palmadas en el vientre hinchado de Sigyn, la besaba y le contaba lo feliz que la había pasado. Nunca se le había ocurrido preguntarle si se sentía bien o mal. ¿Cómo podría estar mal? Sigyn no era como Angrbroda, aquella vieja giganta de hielo, que gruñía todo el tiempo y se quejaba de cualquier cosa. No por otra razón la había dejado, apenas los hijos habían mostrado ser capaces de cuidarse por sí mismos.

A mitad del camino tuvo que pedirle a Sigyn que se detuvieran. Se sentó, jadeante, y después tuvo que inclinarse, presa de un ataque de náuseas. Tras terminar de cubrir el vómito con tierra y hojas secas, Sigyn se puso de pie y le dirigió una mirada furiosa.

- ¿Tenemos que caminar? - dijo -. Tú eres un dios importante, después de todo, ¿no?

Loki se estaba limpiando el sudor de la frente con el paño que ella le había dado.

- Podríamos haber pedido prestado el carruaje de Thor - murmuró -. Perdona, no pensé...
- Nunca piensas - atajó ella, y se fue a buscar un arroyo para lavarse las manos.
- ¿Nunca pienso? - dijo. Ella ya se había ido. De pronto, al dios del ingenio, al que todo el tiempo se estaba riendo, le entraron muchas ganas de llorar.

El sitio al que se dirigían, por fortuna, no estaba tan lejano. Se trataba de una casa de piedra, pequeña pero cómoda, que alguna vez había compartido Loki con su primera mujer: Angrbroda, y sus tres hijos, en tiempos ya olvidados. Cuando llegaron, Loki no pudo evitar recordar. No compartió sus pensamientos con Sigyn, porque pensó que tal vez a ella le harían daño... después de todo, no era estúpido, ¿o sí?

Todo estaba tal y como él lo había dejado. La cocina donde Angrbroda refunfuñaba una y otra vez, mientras preparaba sus extravagantes comidas, seguía igual. Lo mismo el árbol que daba sombra a la casa, y en el que Jormungandr, que al año de nacida medía ya diez metros de longitud, se enroscaba a ver jugar a sus hermanos. Era perezosa desde el principio, y no daba señales de vida más que cuando su padre, de regreso del bosque, le obsequiaba un conejo de buen tamaño. El hiperactivo Fenrir, que gruñía igual que su madre, destrozaba el felpudo de la entrada de la casa, y la pequeña Hel, sentada en su propio rincón junto a la cocina, se entretenía en arrancarle las patas a su colección de insectos. Sí, había sido una época dulce y pacífica. Una pena que Angrbroda se hubiera puesto tan insoportable, y que los hijos se hubieran mostrado cada vez más rebeldes. Ahora ella estaba de vuelta con los suyos, y los hijos tenían cada uno un empleo adecuado, salvo Fenrir, encadenado a perpetuidad bajo la tierra, pero un hijo en la cárcel era algo que a nadie le faltaba. La perezosa serpiente Jormungandr rodeaba con sus anillos el globo terrestre, recibía un sueldo por ello y no tenía que hacer nada más. Hel se ocupaba de administrar las regiones infernales y estaba muy contenta con su trabajo. Rodearse de cadáveres siempre había sido su pasatiempo favorito.

Casi se había olvidado de lo bonito que era tener familia.

Bueno, ¿de qué se quejaba? Pronto tendría familia otra vez. Pero nadie le había dicho que iba a ser él quien diera a luz. Hasta donde sabía, esas eran cosas de mujeres.

Apenas llegaron, Loki se dirigió a la recámara principal. No tenía otro deseo más que tenderse un rato a descansar. La cama estaba casi destrozada. No le importó.

A los siete meses, Loki ya no podía usar sus propias ropas. Se había tenido que poner las percudidas y amplias túnicas que su primera mujer había abandonado en la casa. Sigyn, que durante todo ese tiempo sólo se había puesto de mal humor a razón de aproximadamente dos veces al mes, bromeaba diciéndole que si se dejara la barba estaría idéntico a Thor. A eso Loki no le veía la gracia en absoluto. Pero ella se reía, le servía una porción extra de pienso (alimento que él odiaba) y se dedicaba a las labores de la casa. Parecía contenta al hacerlo. Y se veía contenta también cuando, por las noches, encendía la chimenea y calentaba al fuego las prendas de la cama. Bajo las gruesas mantas de lana, Sigyn acariciaba su estómago con dos dedos, y le pegaba el oído. Al principio él había odiado que lo hiciera, pero poco a poco se había acabado acostumbrando. Y ahora, ¡¡qué vergüenza!!, hasta le gustaba. ¿Cuánto faltaba, maldita sea? Tenía que terminarse antes de que se pusiera a pensar que estaba viviendo la época más feliz de su existencia.

Pensar era una pena, puesto que ahora Sigyn no le permitía hacer mucho más. Ella salía temprano, con la ropa de él y un arco, y regresaba hacia mediodía con algunas piezas de caza y muchísimo forraje recién cortado. En ese tiempo, él había intentado, algo ineptamente, hacer la casa y lavar los trastos usados la víspera, y no teniendo otra cosa que hacer, se sentaba a meditar y a frotarse el vientre.

En el décimo mes de aislamiento, el enorme estómago de Loki comenzó a caer de la misma forma que su esado de ánimo. Sygin, al principio, trató de llevárselo con mucha calma, pero poco a poco su grado de impaciencia comenzó a descender de dos veces mensuales a una semanal.

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