Trentren y Caicai

sábado, 27 de octubre de 2007

Hace miles y miles de años, en la época de los pillanes, los hijos de los más poderosos (Peripillán y Antu) fueron convertidos en serpientes en castigo. Es así como Caicai (hijo de Peripillán) fue convertido en una serpiente marina, mientras que Trentren (o Tenten) fui convertido en una serpiente de tierra. De ahí que sus nombres terminaran en vilu, que quiere decir serpiente.

Cacaivilu era enemiga de la vida terrestre, además, el "desagradecido hombre" no le rendía tributo por lo que les brindaba, mientras que si agradecían al hijo de Antu. No era de extrañar, Trentrenvilu era un ser bondadoso, que protegía a los hombres y a la vida en general.

La ira de Caicaivilu aumentó con el tiempo, junto a sus celos y, en un deseo de castigar a los hombres, agitó su inmensa cola sobre las aguas formando olas gigantes con el propósito de incorporar la tierra de los hombres dentro de sus dominios.

Trentren vio esto y empezó a elevar el nivel de la tierra, formando cerros en donde los hombres pudieran refugiarse para no perecer ahogados. Transformó a quienes se estaban a punto de ahogar en aves y a los que caían a las aguas en peces y animales marinos.

No bastó, Cacaivilu, elevó aún más el nivel del mar de tal forma que los valles quedaron sumergidos y los cerros se transformaron en islas (archipiélago de Chiloé). Así que Trentren ordenó a los cerros elevarse más aún formando una columna de montañas (Cordillera de los Andes) para que pudieran protegerse.

Las serpientes empezaron a luchar entre ellas hasta que quedaron agotadas, ganando Trentren al conseguir que la tierra no desapareciera bajo las aguas, pero sin lograr que se retiraran del todo, formando así la actual geografía de Chile.

Vellechi, veinocanas, mu piqueimi

Laurel que no siempre fue laurel

miércoles, 24 de octubre de 2007

Fotografía: Apolo y Dafne de Bernini, Galería Borghese, Roma

El dios Apolo es una de las deidades más bellas del panteón olímpico. Al igual que su hermana, renunció al matrimonio, aunque a diferencia de Artemis, no a las delicias del amor. Se le conocen múltiples romances con doncellas y mancebos, sin embargo, su primer amor fue muy desgraciado.

Apolo se sentía muy orgulloso de su victoria sobre la serpiente Pitón, a la que había abatido con sus certezas flechas. Por eso, cuando vio al pequeño Cupido tensando el arco, no tuvo mejor ocurrencia que burlarse de él. El dios del amor no iba a dejar pasar semejante ofensa, y decidió castigarle de la mejor forma que sabía. Apuntó una flecha de punta dorada hacia Apolo, y una de punta de plomo hacia la hermosa Dafne, hija del río Peneo. La primera hizo brotar en el corazón del dios un amor incontenible, la segunda provocó en la muchacha un profundo desamor. La ninfa pidió a su padre conservar su virginidad y vagaba por los bosques cazando y rechazando pretendientes. Siempre que se encontraba con Febo huía rápidamente, dejando al dios con la palabra en la boca. Evidentemente, la deidad no comprendía que alguien pudiese ser tan esquiva con él, y menos alguien por quien sentía una pasión desbordante. Así que un día, dispuesto a conseguirla como fuera, al encontrarse en el bosque, la persiguió tenazmente. Dafne corría como el viento, asustada al sentir que su perseguidor no le daba tregua, y cuando estaba a punto de caer extenuada, cuando ya notaba el aliento divino en su espalda, llegó al cauce del río Peneo y suplicó a su padre que la liberara de esa forma tan hermosa pero que tantos pesares le había causado. En el instante que Apolo lograba posar su mano en la ninfa, ésta se transformó en un laurel.

Incluso entonces, el dios no podía dejar de sentir amor, y abrazó con tristeza y dolor el tronco, que aún parecía rehuirle. “Ya que no puedes ser mi esposa, serás mi árbol”.

Al final el laurel aceptó ese destino, coronar los cabellos, el carcaj y la cítara de Apolo, así como a vencedores deportivos y militares, con sus hojas siempre verdes. También se dice que eran hojas de laurel lo que masticaba la sibila de Delfos para entrar en trance.

Hay una versión menos poética en la que Dafne es sacerdotisa de la madre Tierra, y cuando está a punto de ser alcanzada, clama su ayuda. La Madre Tierra puso un laurel en su lugar y se la llevó a Creta, donde fue conocida como Pasifae.

Halloween, la noche de los difuntos

viernes, 19 de octubre de 2007

Fuego celta, obra del artista Courtney Davis

En muchas películas hemos visto cómo en Estados Unidos se celebra la víspera del Día de todos los Santos, o Día de Difuntos disfrazándose y adornando las casas con calabazas. Esta celebración de Halloween (nombre probablemente derivado de All Hallow's Eve (Víspera del Día de Todos los Santos) cada vez se extiende más por muchos países, sustituyendo las celebraciones propias de cada lugar… que pierden tradiciones muy interesantes por un modelo importado.

¿Pero qué sabemos de esta fiesta? Su origen es celta y ha pasado por varias mutaciones y transformaciones hasta llegar a ser lo que conocemos ahora. La noche de Samhain tenía lugar del 31 de octubre al 1 de noviembre. Los celtas celebraban que finalizaba la cosecha y que se debían preparar para la llegada del invierno, con sus almacenes llenos de grano, frutas y vino, los animales de regreso de los pastos de verano, nuevas crías nacidas, etc. Pero el inicio próximo del invierno, que a los vivos encontraba bien preparados, no era tan bueno para los muertos que sólo pensaban en el frío que iban a pasar en el lugar ya de por sí frío en que estaban. Así, esa noche las fronteras entre los vivos y los muertos se diluían por lo que era fácil pasar de un lugar a otro, que los muertos volvieran al mundo terrenal y que los vivos –si se despistaban- fueran arrastrados por aquellos que se fueron antes y les añoran en el otro lado. Para evitar que los espíritus de sus familiares y antiguos compañeros ya muertos les robaran sus posesiones, los celtas encendían grandes hogueras para espantarles; celebraban fiestas ruidosas y cantaban y bailaban toda la noche para vigilar sus pertenencias y para alejar a todo espíritu no vivo de ellas; para evitar ser reconocidos por los muertos y que los arrastraran con ellos al otro mundo, se ponían máscaras y se cubrían con pieles; dejaban comida fuera de las casas para que los espíritus se entretuvieran comiendo y no desearan entrar; ensuciaban la casa y la adornaban con pieles malolientes, fruta estropeada, huesos… para ahuyentar a visitantes no deseados (y, probablemente, para preparar la casa para la limpieza de invierno… pero esa es otra tradición).

Pero no podemos quedarnos en la parte lúdica del mito; la religión celta realizaba sacrificios humanos en las grandes celebraciones, y la de Samhein no es una excepción. Los druidas pasaban por las casas pidiendo “donaciones” para los sacrificios de la noche, bien comida, bien enseres, bien personas. Si aquellos a quienes les pedían algo para su ritual se lo daban, la casa era bendecida; en caso contrario, caía una maldición sobre la casa y sus habitantes. Este es probablemente el origen del truco o trato de la fiesta actual.

Posteriormente, con la llegada de los romanos, que hicieron todo lo posible para erradicar las creencias druídicas e implantar las suyas, se asoció la noche de Sahmein con los ritos de Pomona (diosa de las cosechas y de los frutos), que ya eran celebrados en Italia desde el mes de septiembre hasta noviembre, coincidiendo con las cosechas. Más tarde, con la cristianización de las islas británicas, la fiesta se asimiló a la Noche de Todos los Santos o de los Difuntos (la víspera de del 1 de noviembre), que se siguió celebrando con fiestas, regalos, disfraces. Dejaron de hacerse las hogueras en las calles y se simbolizó la luz que expulsa a los muertos con velas en las ventanas, que tienen la función de no permitir entrar a los espíritus. Los emigrantes irlandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos a partir del siglo XVIII, se incorporaron las calabazas y se fue transformando poco a poco en la fiesta que conocemos hoy.

Las historias de la araña

viernes, 12 de octubre de 2007


Anansi, la araña, era hijo de Nyame (dios del cielo) y de Asase Ya (diosa de la tierra) representa a la astucia era el encargado de transmitir los deseos de los hombres a su padre, y por lo general obtenía buenos resultados gracias a su inteligencia. A veces, es considerado como el creador del sol, de la luna y de las estrellas, así como quién instituyó la sucesión del día y de la noche. También se cree que él creó el primer hombre, a quien Nyame insufló la vida. Se dice que él enseñó a la humanidad cómo sembrar el grano y cómo utilizar la pala en los campos. Además de eso, era él quien traía la lluvia para apagar los incendios y controlaba las crecidas de los ríos, en verdad era un protector para los humanos.

Se cuenta que, Anansi fue a ver a Nyame, para pedirle que le vendiera la caja de historias sagradas por la que el dios es tan famoso. La respuesta de la divinidad no se hizo esperar.

_¿Qué te hace pensar que puedes acompañar mis historias?_ dijo Nyame_ se las he negado a los poderosos y tú eres insignificante.

Pero Anansi insistió hasta que Nyame puso un precio a las historias:

_Entonces tráeme a Onini, la pitón; a Osebo el leopardo; a Mmoboro, el enjambre de avispa y a Mmoatia, el espíritu_ dijo el dios, pensando que cada una de esas criaturas era imposible de atrapar.

Anansi pensó y pensó en como conseguir estas criaturas, ¿cómo triunfar en donde los otros habían perdido?, primero fue en busca de la pitón.

_Onini, mira, este tronco de seguro es más largo que tú_ le dijo mostrándole el tronco de árbol que había llevado a su madriguera.

_¡¡Eso es imposible!! mi longitud lo sobrepasa con mucho_ exclamó furiosa y, para demostrarlo, salió de su guarida.

Mientras la serpiente se medía con el árbol, Anansi la amarró al tronco utilizando unas enredaderas que había llevado con ese propósito. Ya tenía el primero de los animales que tenía que atrapar.

Osebo había sido tratado de cazar innumerables veces, se defendía de las lanzas y demás armas sin esfuerzo alguno, además, era imposible alcanzarlo. Todos los cazadores y los dioses lo habían intentado, corriendo tras él, tratando de herirlo y sin conseguir resultado. ¿Cómo le hizo para atraparlo? simple: hizo un profundo agujero, lo tapó con ramas y esperó a que Osebo pasara por ahí... ya sé que es un truco viejo, pero hasta ese entonces no se lo conocía.

Se dirigió luego hacía donde estaba Mmoboro, no podía tomar las avispas (al menos no sin ser picado por ellas), así que se sentó a pensar un rato... luego de eso, fue en busca de una calabaza, la vació y con ella volvió al lugar en donde estaba el enjambre. Y aquí Anansi empezó a echar agua encima de las avispas, tanta que ellas, pensando que llovía, buscaron refugio y ¿qué encontraron? la calabaza vacía, que es donde se dirigieron para guarecerse al tiempo que Anansi colocaba la tapa.

Ahora quedaba el espíritu, Mmoatia por lo general estaba solo, los hombres huían de él, así que siempre clamaba por un amigo. Claro, no confiaba en los dioses así que no se dejaría atrapar así como así, tenía su orgullo, por algo atraparlo era "casi imposible" según el gran Nyame. Pues bien, Anansi sabiendo esto, volvió a moldear un hombre, esta vez no de barro, sino que de brea y lo dejó cerca de Mmoatia.

Mmoatia estudió con atención este hombre, se acercó despacio y, al ver que no huía como los demás, fue a darle un abrazo, quedando atrapado por la brea.

Y así es como Anansi, llevó los animales solicitados junto a Asase Ya, como un "bonus" (Nyame la estaba buscando porque habían discutido y ella no quería saber nada de él). Nyame quedó tan impresionado que le entregó su caja de historias, las que de ese entonces pasaron a llamarse: "las historias de la araña".

Amaterasu, la diosa gloriosa que brilla en el cielo

jueves, 11 de octubre de 2007



Amaterasu saliendo de su cueva ante los dioses

En la tradición sintoista, Amaterasu (cuyo nombre completo es Amaterasu O Mikami, la diosa gloriosa que brilla en el cielo) es una de las principales deidades. Desciende del dios Izanagi, quien –tras ir a buscar infructuosamente a su esposa Izanami a los infiernos- debió purificarse para poder entrar de nuevo en el mundo de los vivos. Del ritual purificador surgieron Susanowo, el dios de las tormentas, que nació de la nariz de Izanami; del ojo izquierdo nació Tsukiyomi, deidad vinculada con la luna y, finalmente, Amaterasu nació de su ojo derecho.

Cuenta la leyenda que en el reparto del mundo que hizo Izanami entre sus tres hijos, Susanowo se sintió celoso de Amaterasu, que había recibido el sol y empezó a atacarla (según unas versiones la insultó y ofendió, según otras se dedicó a hablar mal de ella a otros dioses, también puede ser que la asustara…), lo que hizo que ésta se sintiera triste y desolada y huyera, escondiéndose en una cueva que selló con una gran roca.

Tras esto, los dioses castigaron a Susanowo pero esa es otra historia que habrá de ser contada en otro momento; ahora la protagonista es Amaterasu…

El mundo, sin sol, se convirtió en un lugar frío, oscuro y triste y fue tomado por los demonios que disfrutaban de la oscuridad; a partir de ese momento todo fueron desgracias, la tierra ya no fue fértil, las personas enfermaban, morían los animales. El sol es la vida y Amaterasu se lo había llevado con ella a una cueva.

Los dioses se reunieron para intentar hacer volver a la diosa, intentaron convencerla, usaron la fuerza, engaños, pero no hubo manera: ella estaba terriblemente ofendida con su hermano y no pensaba volver (cuánto tendrían que decir los psicoanalistas de esta reacción…).
Finalmente, Uzume, la diosa de la risa y de las danzas, ideó un engaño para hacerla volver. Formó a los dioses en un cortejo grandioso, con músicos, cantantes, danzarinas y, ante la cueva, comenzaron a tocar música y cantar, cantos y bailes aderezados con las bromas y chanzas de Uzume (que en ocasiones podía ser bien obscena)

Al oír la música y las bromas, Amaterasu, intrigada, apartó ligeramente la roca y miró hacia fuera viendo a los dioses y diosas cantando y bailando, lo que le causó cierta envidia, decidiendo salir de la cueva y unirse a la fiesta, momento que aprovecharon los demás para sellar de forma permanente la gruta e impedir que Amaterasu volviera a esconderse.

Otra versión cuenta que le hicieron creer que estaban festejando la llegada de un dios superior, lo que le intrigó, por lo que decidió unirse a la fiesta. En el momento en que salía de la cueva vio a la gran deidad que estaban esperando los demás dioses y diosas, deidad que no era más que un reflejo de ella misma en un gran espejo puesto por Uzume frente a la cueva.

Así, Amaterasu comprendió su importancia para el mundo, por lo que decidió no esconderse más, de manera que el sol volvió y se restableció la paz.

Amaterasu es actualmente la diosa protectora de Japón (para la religión shintoista) siendo prácticamente el único caso en el que el dios más relevante de una mitología (vigente) es una diosa.

Los verdaderos "Romeo y Julieta"

sábado, 6 de octubre de 2007

Shakespeare no era original con esta historia, se basó en unos antiguos amantes babilonios ¿a qué historia me refiero? a Tisbe y Píramo.

Uno era el joven más bello de todos, la otra la más hermosa de las doncellas, vivían en el reinado de Semíramis, quien había rodeado de muros su ciudad. Al ser vecinos se conocieron siendo muy jóvenes, al dar sus primeros pasos; a medida que pasaba el tiempo apareció el amor y planearon su matrimonio, pero sus padres se opusieron, claro, tenían otros planes para ellos, rencillas entre vecinos y cosas así. Esta claro que ni Tisbe ni Píramo aceptarían argumentos semejantes, así que tuvieron que idear la forma de encontrarse.

La pared que separaba ambas casas tenía una pequeña grieta (un defecto en su construcción de seguro), nadie se había percatado de tal detalle, claro... tampoco buscaban con el mismo ahínco que esta joven pareja. En ese lugar sus voces encontraban camino en breves murmullos y suspiros. Por supuesto, la grieta no era tan grande como para permitir algo más, por lo que cada vez que se decían adiós se enviaban besos que no llegaban al otro lado.

Por supuesto, para ninguno de ellos esto era suficiente, estaban contentos de poder hablarse, pero su objetivo era el estar juntos; así que planearon la forma de conseguirlo, y como sus padres se seguían oponiendo decidieron huir de allí. Para no perderse, se pusieron de acuerdo en reunirse en el sepulcro de Nino, bajo un árbol cercano que estaba, a su vez, al lado de una fuente; y con estos planes se despidieron, deseando que llegara pronto la noche para poder huir.

La primera en lograrlo fue Tisbe, astuta entre las tinieblas logró engañar a los suyos y sentarse bajo del árbol a esperar. En ello esta cuando una leona aparece, en su hocico trae las huellas de una reciente matanza, la sangre de los bueyes que fueron su presa se ve con total claridad. Tisbe decide buscar refugio, no vaya a ser que todo se eche a perder a causa de la leona, pero aquí comete un error fatal deja caer su velo mientras huye. La leona, aplacada su sed (puesto que su objetivo era beber de la fuente), se dispone a marcharse, pero, al ver el velo decide jugar un poco antes. Es así como lanza la prenda de un lado a otro, dejándola cubierta de sangre y rasgada con sus garras.

Pasa el tiempo y Píramo aparece, ve las huellas de la fiera, el velo ensangrentado y destrozado... su tez palidece, cree a su amada muerta. Se dirige con paso tembloroso al árbol, donde solo momentos antes estaba Tisbe, toma su puñal y, con el velo todavía en la mano, atenta contra su vida.

Y es así como la joven doncella encuentra a Píramo agonizante. Inconsolable, toma en sus manos el puñal y se suicida junto a Píramo. Y así, abrazados, quedaron Píramo y Tisbe al pie de aquel árbol de moras que, desde entonces, nos recuerda con el color de sus frutos la tragedia vivida por los desgraciados amantes.

...inventaron las leyendas

viernes, 5 de octubre de 2007


En los inicios del tiempo una chispa se encendió en el infinito, el espíritu del sol, Tawa y fue Tawa quien creó el mundo en su primera versión: una caverna llena de insectos... como vio que estos habitantes no eran muy inteligentes que digamos terminó enviándolos a la abuela Araña.

La abuela Araña habló con esos insectos, les dije que Tawa estaba descontento de ellos, que no entendían nada, así que los llevó a el segundo mundo, que estaba por sobre el techo de la caverna.

Llegar al segundo mundo no fue fácil, tuvieron que trepar mucho, fue tan larga que muchos se transformaron en animales poderosos, mientras que otros no alcanzaron el objetivo.

Llegó Tawa a inspeccionarlos, si, eran más fuertes pero no por eso dejaban de ser estúpidos, así que de nuevo habló con la abuela Araña.

Ella les mostró el camino al tercer mundo y, en el transcurso de este viaje, alguno de esos animales fueron transformados en hombres, abuela Araña les enseñó alfarería y tejido... y así los hombres empezaron a entender el significado y sentido de la vida. Pero, habían quienes solo estaban a gusto entre las tinieblas y extinguieron la chispa de conocimiento y comprensión, así los hombres olvidaron, pelearon, lloraron los niños...

Y Tawa se enojó con ellos, habían desperdiciado la luz que brotaba de sus cabezas y volvió a enviar a la abuela Araña con ellos. Ella llegó y les dijo que para reparar ese error, debían subir al cuarto mundo, pero que esta vez ella no les indicaría el camino.

No sabían como ir, hasta que escucharon ruido y pasos sobre ellos y enviaron a un "pájaro gato" a explorar el nuevo mundo. Y el fue, recorrió el nuevo mundo hasta divisar a un hombre de rostro rojo y repleto de cicatrices y quemaduras, con trazos pintados sobre su rostro... sus ojos eran muy raros, parecían hundidos y el pájaro gato reconoció a la muerte.

La muerte se extrañó de que ese animal no huyera de él, así que le preguntó de donde era y que quería. El pájaro gato le respondió que venía del mundo de abajo y que los hombres querían compartir con él (la muerte) ese país, la muerte le dijo que si ellos querían ir que fueran... y el pájaro gato bajó a comunicar la noticia.

Quedaba el problema de como subir hasta allá, no tenían alas como el emisario que habían enviado, así que le pidieron consejo a la abuela Araña y ella les dijo que plantaran un bambú, para que creciera y atravesara el límite del cielo.

Consiguieron su objetivo, ya tenían como llegar, y ahora alegres, despreocupados, desnudos... subían por el tallo, tan desprovistos como el primer día...

Abuela Araña al verlos así les gritaba que fueran prudentes, pero estaban demasiado arriba como para escucharla. Llegaron al nuevo y cuarto mundo, construyeron, sembraron, crecieron y para no olvidar lo que habían aprendido inventaron las leyendas.

El origen de Sleipnir (3º parte)



Loki había roto desde hacía tiempo el tabú de las lágrimas, y para sus adentros se juraba que sería la primera vez y la última. Constantemente le decía a Sigyn: “nadie me quiere” o, si se encontraba particularmente deprimido, “me voy a morir”.

- Me voy a morir, Sigyn - le dijo a si esposa una vez, cuando ella regresaba de cazar - Ya lo sé. No va a ser de otra manera -. Y ella se golpeó la frente.
- No vas a morirte - le rezongó -. Nadie se va a morir aquí. A menos que insistas en no hacer lo que tienes que hacer.
- ¿Eso? - gritó Loki, enjugándose una repentina gota de sudor -. No. Jamás. No quiero ser una yegua... y de ninguna manera quiero ser...
- ¿De qué otra forma podremos enterarnos...? - suspiró Sigyn. Su marido la miró fijamente.
- Oh, está bien - refunfuñó, y cerró los ojos, concentrándose unos momentos. Después los volvió a abrir -. ¿Qué sucedió?
- Nada, nada - respondió ella.
- ¿No me veo diferente?
- Oh, claro que no.
- Pero me siento muy raro - Loki se rascó la cabeza -. Y quiero... si no te molesta... ¿Cómo...?
- En cuclillas - respondió suavemente Sigyn -. Hazlo en cuclillas.
- Gracias - Loki fue hasta el exterior y su mujer pensó que tal vez necesitaba estar a solas. Se equivocó. Los gritos de su marido le llegaron algunos segundos después.
- ¡Mi túnica! ¡Mi hermosa túnica!

Loki se dio cuenta de que algo realmente malo estaba sucediendo el día que, al despertarse, encontró su temporal entrepierna completamente mojada. Intentó moverse, pero de repente una punzada a mitad del cuerpo lo paró en seco. Se estremeció. Con dos dedos, despertó a Sigyn.

- Querida - le dijo -, ¿qué es lo que me está pasando? Me duele el est...

Sigyn se revolvió, sonrió aún en sueños y posó una cariñosa mano en el muslo de su marido. Al encontrarse con la humedad, abrió los ojos por completo y gritó. Loki se asustó tanto, que gritó a su vez.

- ¡Transfórmate, transfórmate! - dijo Sygin, y salió de la recámara hecha un relámpago.
- ¡No quiero! - gimió él -. ¡Tengo miedo! ¡No me dejes!

Sigyn ya no estaba ahí. Loki se arrodilló, y comenzó a prepararse para el cambio de apariencia. No lo consiguió. El dolor, algo totalmente diferente a lo que jamás hubiera experimentado, lo privaba de cualquer clase de concentración.

Sigyn volvió con una cubeta llena de agua y algunos trapos.

- ¿Qué haces? - dijo -. ¿Por qué no te has transformado?
- No puedo - jadeó él.

Sigyn se puso pálida.

- Bueno, ponte a gatas - ordenó -. Y tranquilízate, ¿quieres?
- ¿A gatas? - murmuró Loki. Pero a partir de ese momento y durante los siguientes quince minutos no hizo más que lo que su esposa le decía. Hizo una pila con las almohadas, apoyó la cabeza en ellas y se dedicó a morderlas a conciencia. Unas semanas antes, Sigyn lo había prevenido: “Te va a doler. Te va a doler mucho. Vas a sentir como si te estuvieran abriendo en canal. No tengas miedo de gritar. Hazlo. Todo lo que quieras”. Y él, aunque el dolor físico era algo que verdaderamente le causaba pavor, se había prometido para sus adentros: “No voy a gritar. Cuando llegue el momento, voy a apretar cualquier cosa entre los dientes. Pero no voy a gritar”.

Claro que se dio cuenta de que su mujer no había exagerado en su descripción de sentir el cuerpo partiéndose en dos. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y las almohadas cayeron de su boca abierta. Gritó hasta quedarse sin voz.

Apenas alcanzó a oír a Sigyn cuando dijo:

- Voy a sacarlo. Aguanta.
- ¿Qué tengo que aguan...? - cortó la frase otro grito.
- ¡Dos pares de cascos! ¡Qué maravilla! - exclamó ella, con voz temblorosa -. Voy a tirar. Puja.

El que alguien le hubiera estado sacando las entrañas hubiera tenido un efecto similar. Su último grito le sonó lejano, casi irreal, como si hubiera salido de los labios de otra persona. La voz de su esposa se abrió paso tras de la última oleada de dolor, que se desvanecía poco a poco.

- Ya está... ya está... es hombre...

Loki dejó de morder las almohadas. Aún en la posición que había mantenido hasta que se le acalambraron las piernas, bajó lentamente la cabeza e intentó mirar hacia atrás. La escena que vio, invertida, fue la de su estómago colgando como un saco, y bajo él un extraño ser parecido a una araña de largo pescuezo, que, envuelto en una membrana blancuzca, se retorcía en el charco de líquido sanguinoliento en el que ahora se había convertido la cama. La criatura, a la que Sigyn intentaba limpiar, estaba unida a su cuerpo por una tripa rosada por la cual se deslizaba una solitaria gota de sangre.

El ruido que hizo al caer fue semejante al que hace un muro viejo al derrumbarse sobre una laguna enfangada.

- Míralo - le dijo -. Es precioso.

Loki dirigió a su esposa una debilitada sonrisa, llena de gratitud. Se encontraba ahora en una cama de paja, con ropas limpias, que Sigyn le había preparado unos instantes atrás. Levantó una mano hacia su hijo. El potrillo negro comenzó a mamar el dedo índice.

-Tiene hambre - sonrió Sigyn -. Mejor transfórmate.

Loki asintió, bostezando.

Tras año y medio de ausencia, que para el resto de los dioses habían pasado como un suspiro, Loki y Sigyn regresaron a Asgard. Entraron a la ciudad, en compañía de un hermoso potrillo de ocho patas, por un boquete en la muralla en el cual habían crecido el musgo y algunas plantas florales. Loki se presentó ante Odín y le ofreció a Sleipnir, el caballo de ocho patas.

- Nunca te fallará - le dijo -. Te llevará desde el cielo al infierno en un abrir y cerrar de ojos -. Posó la mano sobre la suave mejilla del caballo, y el animal le respondió con una serena mirada de reconocimiento.

Odín apreció la belleza y el porte del extraordinario animal. Thor se acercó a curiosear. Tras unos minutos de rascarse la cabeza, comentó:

- ¿Sleipnir? Bonito nombre. Y su cara me parece algo conocida... ¿dónde lo habré visto antes? ¿No será que se parece a tí? - y lanzó una sonora carcajada.

Sigyn se revolvió, algo incómoda, pero Loki la tomó del brazo, y echó los ojos al cielo, como si se preparara a aclarar un error por enésima vez

- Oh, vamos, el único que tiene cara de caballo aquí eres tú, viejo amigo, y es una suerte que no podamos decir lo mismo de los hijos de Sif. ¿No crees, querida? - y mientras Thor se quedaba pensando en lo que acababa de oír, le palmeó la grupa a su hijo a manera de despedida y se dirigió a su casa con Sigyn.

Ella estaba un tanto contrariada.

- ¿Por qué tenías que dárselo a Odín? - le preguntó -. Pudiste habértelo quedado.

Loki se encogió de hombros.

- Tener un hijo como Fenrir ya es bastante difícil, verás - dijo -. No me gustaría que alguno de los otros chicos se quedara sin trabajo.

Ella suspiró, melancólica.

- Es tan hermoso e inteligente... como.
- ... su madre - dijo él.
- ... su madre - había completado ella, al mismo tiempo, sus ojos dulces clavados en los de él.

Loki posó sus labios en la frente de Sigyn. Rodeó la cintura de ella con un brazo, y emprendieron juntos el regreso a casa.

El origen de Sleipnir (2º parte)



Un día, tras levantarse de la mesa después de desayunar, Loki se tambaleó y tuvo que sostenerse del borde de la silla. Fijó en su preocupada esposa una mirada de angustia, y apretó las manos hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

- Querida - murmuró, la voz temblorosa y como a punto de ahogar un sollozo, algo que nunca le había ocurrido antes -. Querida... voy a tener un hijo...

Sigyn, del horror, dejó caer al piso una charola de comida.

- ¡Regresaste con Angrbroda! - exclamó.
- No - respondió Loki, lleno de cansancio -. No es eso... creo... creo que estoy embarazado.

Por muy horrible que le pareciera, Sigyn se sentó a escuchar sin una sola interrupción, el relato de su esposo de aquella penosa noche.

- No supe a qué hora ocurrió - concluyó Loki -. Créeme, no lo supe. Sólo pensaba que tenía que distraer a ese maldito animal, que tenía que hacerlo, de cualquier forma. Sigyn...

- Oh, amor...- ella miró sus manos y comenzó a frotárselas con nerviosismo.

Loki dejó caer la cabeza sobre las rodillas. Sigyn se movió junto a él. Era la primera vez que lo veía así, y no sabía cómo actuar. Las palabras le salieron solas.

- No te preocupes - dijo -. Ya pensaremos en algo.

Se distrajo un poco, pensando en qué parte del cuerpo de su esposo podría estar guardado el accidental retoño, y un estremecimiento le recorrió la espina dorsal al pensar cómo, en un momento dado, ese retoño encontraría una forma de salida. Automáticamente, rodeó los hombros de Loki con un brazo. La reacción fue sorprendente, tratándose de él... de pronto se incorporó y se aferró a ella con fuerza. Sigyn lo sintió temblar.

- Vamos a ver a Odín - sugirió -. Él nos dirá qué hacer.
- ¿Decírselo a Odín? ¡Oh, no!
- Bueno, entonces a Sif. Se supone que ella es la diosa de la fertilidad. ¿No podría invertir un poco sus poderes, y tal vez...?

Loki se echó hacia atrás sus largos cabellos, y movió bruscamente la cabeza.

- No, no, no - dijo -. Lo primero que haría Sif es írselo a contar a Thor. ¿Y sabes que haría Thor si llega a enterarse?

Sigyn suspiró.

- Sí - contestó -. Te preguntaría si te gustó, si quisieras repetirlo y le diría a todos los demás que dijiste que sí.
- Eso mismo - respondió Loki. Después se quedó callado -. Me pregunto qué dirán mis hijos.

Sigyn meditó largamente, al modo que solía hacerlo su marido. Después levantó el rostro. Sonreía.

- Yo te voy a ayudar - dijo en voz baja -. Vas a tener al bebé.

Su esposo la miró como si acabara de despertarse. Ella dejó de sonreír, poco a poco.

- Bueno, si quieres - dijo, y se fue a su habitación. Apagó su lámpara de aceite, y, aunque no tenía el más minimo sueño, cerró los ojos. Loki llegó tras ella después de algunos minutos, y aquella noche, como si se tratara de dos buenos compañeros en el campo de batalla, durmieron espalda contra espalda.

Loki estaba extrañamente silencioso al ayudarle a Sigyn a empacar para el viaje.Era demasiado temprano para que alguno de los otros dioses se diera cuenta. Odín estaba sumido en la lectura de un libro recién adquirido, y Thor roncaba sonoramente mientras su esposa Sif se desenredaba el pelo. ¿Sus hijos? Fuera para despedirse o no, sería un milagro averiguar en dónde se metían. Así que Loki y Sigyn partieron solos. Ella no dejaba de preguntarle si se sentía bien, si tenía hambre o si quería que se detuvieran para descansar. Loki trataba de reírse un poco con todo ello, y pensaba que ella estaba exagerando. Cuando Sigyn había estado embarazada de Vali o de Narvi, él se sentía el dios más feliz. Tan feliz se sentía, que pasaba la mayor parte del día rondando por ahí, burlándose más de la cuenta de las pretensiones intelectuales de Odín, de la ingenuidad de Balder o de la franca estupidez de Thor, y cuando regresaba a casa daba dos palmadas en el vientre hinchado de Sigyn, la besaba y le contaba lo feliz que la había pasado. Nunca se le había ocurrido preguntarle si se sentía bien o mal. ¿Cómo podría estar mal? Sigyn no era como Angrbroda, aquella vieja giganta de hielo, que gruñía todo el tiempo y se quejaba de cualquier cosa. No por otra razón la había dejado, apenas los hijos habían mostrado ser capaces de cuidarse por sí mismos.

A mitad del camino tuvo que pedirle a Sigyn que se detuvieran. Se sentó, jadeante, y después tuvo que inclinarse, presa de un ataque de náuseas. Tras terminar de cubrir el vómito con tierra y hojas secas, Sigyn se puso de pie y le dirigió una mirada furiosa.

- ¿Tenemos que caminar? - dijo -. Tú eres un dios importante, después de todo, ¿no?

Loki se estaba limpiando el sudor de la frente con el paño que ella le había dado.

- Podríamos haber pedido prestado el carruaje de Thor - murmuró -. Perdona, no pensé...
- Nunca piensas - atajó ella, y se fue a buscar un arroyo para lavarse las manos.
- ¿Nunca pienso? - dijo. Ella ya se había ido. De pronto, al dios del ingenio, al que todo el tiempo se estaba riendo, le entraron muchas ganas de llorar.

El sitio al que se dirigían, por fortuna, no estaba tan lejano. Se trataba de una casa de piedra, pequeña pero cómoda, que alguna vez había compartido Loki con su primera mujer: Angrbroda, y sus tres hijos, en tiempos ya olvidados. Cuando llegaron, Loki no pudo evitar recordar. No compartió sus pensamientos con Sigyn, porque pensó que tal vez a ella le harían daño... después de todo, no era estúpido, ¿o sí?

Todo estaba tal y como él lo había dejado. La cocina donde Angrbroda refunfuñaba una y otra vez, mientras preparaba sus extravagantes comidas, seguía igual. Lo mismo el árbol que daba sombra a la casa, y en el que Jormungandr, que al año de nacida medía ya diez metros de longitud, se enroscaba a ver jugar a sus hermanos. Era perezosa desde el principio, y no daba señales de vida más que cuando su padre, de regreso del bosque, le obsequiaba un conejo de buen tamaño. El hiperactivo Fenrir, que gruñía igual que su madre, destrozaba el felpudo de la entrada de la casa, y la pequeña Hel, sentada en su propio rincón junto a la cocina, se entretenía en arrancarle las patas a su colección de insectos. Sí, había sido una época dulce y pacífica. Una pena que Angrbroda se hubiera puesto tan insoportable, y que los hijos se hubieran mostrado cada vez más rebeldes. Ahora ella estaba de vuelta con los suyos, y los hijos tenían cada uno un empleo adecuado, salvo Fenrir, encadenado a perpetuidad bajo la tierra, pero un hijo en la cárcel era algo que a nadie le faltaba. La perezosa serpiente Jormungandr rodeaba con sus anillos el globo terrestre, recibía un sueldo por ello y no tenía que hacer nada más. Hel se ocupaba de administrar las regiones infernales y estaba muy contenta con su trabajo. Rodearse de cadáveres siempre había sido su pasatiempo favorito.

Casi se había olvidado de lo bonito que era tener familia.

Bueno, ¿de qué se quejaba? Pronto tendría familia otra vez. Pero nadie le había dicho que iba a ser él quien diera a luz. Hasta donde sabía, esas eran cosas de mujeres.

Apenas llegaron, Loki se dirigió a la recámara principal. No tenía otro deseo más que tenderse un rato a descansar. La cama estaba casi destrozada. No le importó.

A los siete meses, Loki ya no podía usar sus propias ropas. Se había tenido que poner las percudidas y amplias túnicas que su primera mujer había abandonado en la casa. Sigyn, que durante todo ese tiempo sólo se había puesto de mal humor a razón de aproximadamente dos veces al mes, bromeaba diciéndole que si se dejara la barba estaría idéntico a Thor. A eso Loki no le veía la gracia en absoluto. Pero ella se reía, le servía una porción extra de pienso (alimento que él odiaba) y se dedicaba a las labores de la casa. Parecía contenta al hacerlo. Y se veía contenta también cuando, por las noches, encendía la chimenea y calentaba al fuego las prendas de la cama. Bajo las gruesas mantas de lana, Sigyn acariciaba su estómago con dos dedos, y le pegaba el oído. Al principio él había odiado que lo hiciera, pero poco a poco se había acabado acostumbrando. Y ahora, ¡¡qué vergüenza!!, hasta le gustaba. ¿Cuánto faltaba, maldita sea? Tenía que terminarse antes de que se pusiera a pensar que estaba viviendo la época más feliz de su existencia.

Pensar era una pena, puesto que ahora Sigyn no le permitía hacer mucho más. Ella salía temprano, con la ropa de él y un arco, y regresaba hacia mediodía con algunas piezas de caza y muchísimo forraje recién cortado. En ese tiempo, él había intentado, algo ineptamente, hacer la casa y lavar los trastos usados la víspera, y no teniendo otra cosa que hacer, se sentaba a meditar y a frotarse el vientre.

En el décimo mes de aislamiento, el enorme estómago de Loki comenzó a caer de la misma forma que su esado de ánimo. Sygin, al principio, trató de llevárselo con mucha calma, pero poco a poco su grado de impaciencia comenzó a descender de dos veces mensuales a una semanal.

El origen de Sleipnir (1º parte)



Asgard era, sin duda, una de las ciudades más bellas ya fuera de este lado de la realidad o del otro. Sin embargo, no carecía de defectos. Los más importantes: estaba demasiado cerca de Midgard, la tierra de los hombres, y de Jotunheim, la tierra de los gigantes; y Heimdall, el único dios que se había ofrecido a hacer de guardián eterno, siempre que se presentaba un problema estaba mirando hacia el lado equivocado. Por eso, el día que se apareció el constructor de murallas, hubo alboroto en el hogar de los dioses.

El constructor, al menos en apariencia, se veía serio y simpático. Montaba sobre un hermoso caballo negro y hablaba con voz clara y suave, aunque sin modestia, de la obra que sería capaz de realizar.

- Será - decía -, la muralla más grande y magnífica que puedan imaginar. Ningún enemigo podrá cruzarla.

Los dioses se miraron y sonrieron.

- ¿Cuánto tiempo te tomará construírla? - preguntó su jefe, Odín.

El constructor se llevó una mano a la barbilla, meneó un poco la cabeza, y finalmente, con expresión de triunfo, declaró:

- Unos dieciocho meses, a más tardar.
- Dieciocho meses - murmuró Thor, que andaba por ahí cerca -. ¿Es eso poco o mucho?
- Un momento - intervino Odín -. Aún no hemos hablado del precio.
- Tienes razón, señor - dijo el recién llegado -. No es mucho. Tan sólo quiero a la diosa Freya como esposa -. Y añadió, como si se le hubiera olvidado algo de mínima importancia -. Ah, y también el sol y la luna.
- ¡Cómo se atreve! - chilló Freya, y le dio la espalda con indignación.
- ¡Cómo se atreve! - repitió Frigga, su abuela, y recibió en los brazos a la hermosa nieta.
- ¿Puedo echarlo de aquí? ¿Puedo? ¿Puedo? - consultó Thor a su padre Odín, mientras acariciaba toscamente el borde de su martillo. Pero su amigo Loki, que se había mantenido aparte, se adelantó y le tocó el hombro para que se calmara.
- Bueno - le dijo al constructor -. Hagamos algo. Si terminas en seis meses, trato hecho. Si no...
- Terminaré - respondió el constructor, mirando a Freya, que se había puesto a llorar. Montó su caballo y se marchó, prometiendo regresar antes de una semana.
(Cabe aclarar aquí que Freya era una mujer sumamente sentimental, pero aún así, era una esposa codiciada, pues las lágrimas que derramaba se convertían en oro al caer de sus mejillas)

Loki se acercó a ella y le dijo.

- No llores. En seis meses no va a poder terminar ni la mitad, pero nos va a salir totalmente gratis.

El extranjero volvió a los pocos días, tal como lo había prometido, esta vez llevando, además del caballo, un trineo. En pleno invierno, comenzó su labor. Y lo hizo con una rapidez extraordinaria, ya que el caballo, fuerte y de un temperamento dócil, acarreaba una tras otra pesadas cargas de piedras. El constructor, además, trabajaba como si el frío y el cansancio no lo afectaran. Pasaron las semanas, se fue el invierno y al acercarse el verano la muralla estaba casi terminada.

La economía interna de Asgard mejoró de una forma impresionante, ya que Freya, cada vez que veía la obra, se echaba a llorar. Los dioses estaban cada vez más nerviosos, y Odín se encontraba muy disgustado con Loki.

- ¡Mira a dónde nos lleva tu vanidad! - le dijo un día -. Te sientes muy listo, ¿no? Pues a ver qué se te ocurre. Tú nos metiste en esto, y tú nos tienes que sacar.
- De acuerdo, de acuerdo - respondió Loki, y se puso a meditar. Después de unos segundos llegó a una conclusión -. Es el caballo. Si no fuera por el caballo, no podría acarrear tantas piedras.

Esa noche Loki salió de Asgard convertido la forma de una hermosa yegua moteada. Se acercó cautelosamente hacia el campamento del constructor, y, tras comprobar que éste dormía, fue hasta donde su caballo se encontraba comiendo. Soltó algunos suaves relinchos, intentó olisquear el cuello del caballo y después se dirigió hacia el bosque, moviendo grácilmente las esbeltas patas. El caballo, en cuyo rostro inexpresivo se hubiera podido adivinar una mueca de embeleso humano, fue tras él. En unos minutos los dos habían desaparecido.

A la mañana siguiente, los dioses despertaron al oír los gritos del constructor, llamando a su caballo.

- ¿Dónde demonios te fuiste, maldito Svaldifari? - exclamaba -. Ven aquí, precioso mío. Ven aquí y verás...

El caballo nunca se apareció y los dioses notaron que la suave voz del extranjero iba cambiando poco a poco, hasta transformarse en un rugido feroz. Cuando se aproximaron a él, se dieron cuenta de que su tamaño se había duplicado.

- Tal como lo imaginé - dijo Odín -. Un gigante.
- ¿Ahora sí puedo echarlo? ¿Puedo? ¿Puedo? - dijo Thor, que de tanto frotar su martillo con impaciencia había terminado por sacarle brillo.

Odín dio su venia con señas y poco después, cerca de la muralla se oyeron golpes y quejidos y se alcanzó a ver una enorme sombra que ponía pies en polvorosa.

A la muralla no le faltaba sino un pequeño trozo por construir. Todos los dioses, especialmente Freya, se pusieron felices. Tanto, que decidieron hacer una fiesta para celebrarlo.

Pero hubo uno entre todos ellos que no quiso participar en la fiesta, y que de hecho lanzó miradas de reproche a Odín, señor de Asgard. Se trataba de Sigyn, la esposa de Loki. Habían transcurrido casi veinticuatro horas sin que tuviera noticias de su marido. Y por supuesto le parecía indignante que a ninguno de los otros pareciera importarle.

- Son todos unos malagradecidos - pensaba. Y, completamente sola, se retiró a su hogar. El ruido de la fiesta no la molestó, pues no pensaba dormir. Esperaría en vela el regreso de su esposo.

No tuvo que hacerlo mucho tiempo. Hacia el final de la madrugada, la puerta de su casa se abrió lentamente y por ella entró Loki, pálido y sucio, con los cabellos revueltos y las ropas desgarradas. Se asombró, al parecer, al encontrarla despierta.

- Eh, hola, querida - saludó con cansancio -. ¿Qué haces de pie? - y no esperó a que ella le describiera su preocupación y sus horas de angustiosa incertidumbre. Saludó con la mano, se retiró a su habitación y en menos de medio minuto se quedó dormido. Sigyin tomó un trago de la infusión caliente (ahora helada) que había preparado, y se dispuso también a retirarse.

Nada más hubiera sucedido a no ser porque Sigyn notó un profundo cambio en la personalidad de su esposo los días que siguieron. El hombre sarcástico e ingenioso que se las había arreglado para ganar su corazón con bromas a veces pesadas parecía haberse tomado unas vacaciones. Sigyn le hacía preguntas que él no respondía. Se limitaba a mirar, en silencio, la muralla que aún nadie se había tomado la molestia de completar.