El origen de Sleipnir (1º parte)

viernes, 5 de octubre de 2007

Asgard era, sin duda, una de las ciudades más bellas ya fuera de este lado de la realidad o del otro. Sin embargo, no carecía de defectos. Los más importantes: estaba demasiado cerca de Midgard, la tierra de los hombres, y de Jotunheim, la tierra de los gigantes; y Heimdall, el único dios que se había ofrecido a hacer de guardián eterno, siempre que se presentaba un problema estaba mirando hacia el lado equivocado. Por eso, el día que se apareció el constructor de murallas, hubo alboroto en el hogar de los dioses.

El constructor, al menos en apariencia, se veía serio y simpático. Montaba sobre un hermoso caballo negro y hablaba con voz clara y suave, aunque sin modestia, de la obra que sería capaz de realizar.

- Será - decía -, la muralla más grande y magnífica que puedan imaginar. Ningún enemigo podrá cruzarla.

Los dioses se miraron y sonrieron.

- ¿Cuánto tiempo te tomará construírla? - preguntó su jefe, Odín.

El constructor se llevó una mano a la barbilla, meneó un poco la cabeza, y finalmente, con expresión de triunfo, declaró:

- Unos dieciocho meses, a más tardar.
- Dieciocho meses - murmuró Thor, que andaba por ahí cerca -. ¿Es eso poco o mucho?
- Un momento - intervino Odín -. Aún no hemos hablado del precio.
- Tienes razón, señor - dijo el recién llegado -. No es mucho. Tan sólo quiero a la diosa Freya como esposa -. Y añadió, como si se le hubiera olvidado algo de mínima importancia -. Ah, y también el sol y la luna.
- ¡Cómo se atreve! - chilló Freya, y le dio la espalda con indignación.
- ¡Cómo se atreve! - repitió Frigga, su abuela, y recibió en los brazos a la hermosa nieta.
- ¿Puedo echarlo de aquí? ¿Puedo? ¿Puedo? - consultó Thor a su padre Odín, mientras acariciaba toscamente el borde de su martillo. Pero su amigo Loki, que se había mantenido aparte, se adelantó y le tocó el hombro para que se calmara.
- Bueno - le dijo al constructor -. Hagamos algo. Si terminas en seis meses, trato hecho. Si no...
- Terminaré - respondió el constructor, mirando a Freya, que se había puesto a llorar. Montó su caballo y se marchó, prometiendo regresar antes de una semana.
(Cabe aclarar aquí que Freya era una mujer sumamente sentimental, pero aún así, era una esposa codiciada, pues las lágrimas que derramaba se convertían en oro al caer de sus mejillas)

Loki se acercó a ella y le dijo.

- No llores. En seis meses no va a poder terminar ni la mitad, pero nos va a salir totalmente gratis.

El extranjero volvió a los pocos días, tal como lo había prometido, esta vez llevando, además del caballo, un trineo. En pleno invierno, comenzó su labor. Y lo hizo con una rapidez extraordinaria, ya que el caballo, fuerte y de un temperamento dócil, acarreaba una tras otra pesadas cargas de piedras. El constructor, además, trabajaba como si el frío y el cansancio no lo afectaran. Pasaron las semanas, se fue el invierno y al acercarse el verano la muralla estaba casi terminada.

La economía interna de Asgard mejoró de una forma impresionante, ya que Freya, cada vez que veía la obra, se echaba a llorar. Los dioses estaban cada vez más nerviosos, y Odín se encontraba muy disgustado con Loki.

- ¡Mira a dónde nos lleva tu vanidad! - le dijo un día -. Te sientes muy listo, ¿no? Pues a ver qué se te ocurre. Tú nos metiste en esto, y tú nos tienes que sacar.
- De acuerdo, de acuerdo - respondió Loki, y se puso a meditar. Después de unos segundos llegó a una conclusión -. Es el caballo. Si no fuera por el caballo, no podría acarrear tantas piedras.

Esa noche Loki salió de Asgard convertido la forma de una hermosa yegua moteada. Se acercó cautelosamente hacia el campamento del constructor, y, tras comprobar que éste dormía, fue hasta donde su caballo se encontraba comiendo. Soltó algunos suaves relinchos, intentó olisquear el cuello del caballo y después se dirigió hacia el bosque, moviendo grácilmente las esbeltas patas. El caballo, en cuyo rostro inexpresivo se hubiera podido adivinar una mueca de embeleso humano, fue tras él. En unos minutos los dos habían desaparecido.

A la mañana siguiente, los dioses despertaron al oír los gritos del constructor, llamando a su caballo.

- ¿Dónde demonios te fuiste, maldito Svaldifari? - exclamaba -. Ven aquí, precioso mío. Ven aquí y verás...

El caballo nunca se apareció y los dioses notaron que la suave voz del extranjero iba cambiando poco a poco, hasta transformarse en un rugido feroz. Cuando se aproximaron a él, se dieron cuenta de que su tamaño se había duplicado.

- Tal como lo imaginé - dijo Odín -. Un gigante.
- ¿Ahora sí puedo echarlo? ¿Puedo? ¿Puedo? - dijo Thor, que de tanto frotar su martillo con impaciencia había terminado por sacarle brillo.

Odín dio su venia con señas y poco después, cerca de la muralla se oyeron golpes y quejidos y se alcanzó a ver una enorme sombra que ponía pies en polvorosa.

A la muralla no le faltaba sino un pequeño trozo por construir. Todos los dioses, especialmente Freya, se pusieron felices. Tanto, que decidieron hacer una fiesta para celebrarlo.

Pero hubo uno entre todos ellos que no quiso participar en la fiesta, y que de hecho lanzó miradas de reproche a Odín, señor de Asgard. Se trataba de Sigyn, la esposa de Loki. Habían transcurrido casi veinticuatro horas sin que tuviera noticias de su marido. Y por supuesto le parecía indignante que a ninguno de los otros pareciera importarle.

- Son todos unos malagradecidos - pensaba. Y, completamente sola, se retiró a su hogar. El ruido de la fiesta no la molestó, pues no pensaba dormir. Esperaría en vela el regreso de su esposo.

No tuvo que hacerlo mucho tiempo. Hacia el final de la madrugada, la puerta de su casa se abrió lentamente y por ella entró Loki, pálido y sucio, con los cabellos revueltos y las ropas desgarradas. Se asombró, al parecer, al encontrarla despierta.

- Eh, hola, querida - saludó con cansancio -. ¿Qué haces de pie? - y no esperó a que ella le describiera su preocupación y sus horas de angustiosa incertidumbre. Saludó con la mano, se retiró a su habitación y en menos de medio minuto se quedó dormido. Sigyin tomó un trago de la infusión caliente (ahora helada) que había preparado, y se dispuso también a retirarse.

Nada más hubiera sucedido a no ser porque Sigyn notó un profundo cambio en la personalidad de su esposo los días que siguieron. El hombre sarcástico e ingenioso que se las había arreglado para ganar su corazón con bromas a veces pesadas parecía haberse tomado unas vacaciones. Sigyn le hacía preguntas que él no respondía. Se limitaba a mirar, en silencio, la muralla que aún nadie se había tomado la molestia de completar.

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